El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, emitió un comunicado donde felicita la victoria del presidente electo de Corea del Sur, Moon Jae-in del partido liberal, rompiendo con una década del dominio de los conservadores en el país coreano.
«Nos unimos al pueblo de Corea del Sur para celebrar su pacífica y democrática transición de poder», indicó el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, en un comunicado.
«Esperamos con interés trabajar con el presidente electo Moon para continuar fortaleciendo la alianza entre Estados Unidos y la República de Corea y profundizar la amistad duradera y la asociación entre nuestros dos países», agregó.
Moon adoptará el cargo prácticamente de inmediato, en vez de tener que esperar los dos meses de «transición» que son tradición en el país, algo que sucederá por primera vez desde que Corea del Sur volvió a celebrar elecciones democráticas en 1987 dado que al frente del país hay un Gobierno interino desde hace cinco meses.
El presidente provisional, Hwang Kyo-ahn, anunciará mañana mismo su dimisión de un cargo que ha ocupado desde que el pasado 9 de diciembre el Parlamento destituyó a la expresidenta conservadora Park Geun-hye, una decisión que después ratificó el Constitucional en marzo forzando el adelanto de elecciones.
La implicación de Park, encarcelada ahora de manera preventiva, en la trama de corrupción de la «Rasputina» ha condicionado por completo estos comicios, que han registrado la mayor participación en dos décadas (el 77,2 por ciento).
Es prueba de la indignación que generó un escándalo que estalló hace algo más de seis meses y sacó a millones de surcoreanos a las calles el pasado invierno para pedir la dimisión de Park.
La hija del dictador Park Chung-hee está acusada de crear una red de tráfico de influencias con su amiga Choi Soon-sil, conocida como la «Rasputina» por su influencia sobre la expresidenta, que supuestamente sobornó millones de dólares a grandes empresas.
Moon se ha comprometido a crear empleo públicos, a potenciar las pymes o a reducir la tremenda desigualdad en un país donde el 10 por ciento de los asalariados se lleva la mitad de lo generado, algo que revela la tremenda concentración de riqueza y poder de los «chaewol» (los grandes conglomerados controlados por clanes familiares).