Hoy hace cien años fue el reventón del Barroso 2, nuestro primer gran chorro de petróleo

Hoy hace cien años fue el reventón del Barroso 2, nuestro primer gran chorro de petróleo

Rafael E. Fernández

Una pluma de avestruz que cambió la historia de Venezuela.

Esta historia comenzó como una gran película épica. Todas las crónicas disponibles en Internet sobre el reventón del pozo Barroso II arrancan hablando del particular crujir de tierra que se escuchó durante las horas previas al estallido. La antesala sonora sirvió la mesa a 9 días de acontecimientos inéditos, vaticinados por una profeta popular, atestiguados por un sabio y que solo tuvieron alivio cuando San Benito metió la mano. ¿Realidad, ficción o realismo mágico latinoamericano?

Ese 14 de diciembre a las 4:30 de la madrugada, con un eco creciente de piedras que sollozaban, se reveló a sí mismo el primer gran pozo petrolero venezolano que se alzó como una inmensa “pluma de avestruz puesta verticalmente”, en palabras de uno de sus más insignes testigos: el botánico Henri Pittier.

El hecho, que hizo llover sobre Cabimas unos 900 mil barriles de crudo pesado, marcó el inicio de la bonanza petrolera y cambió la historia del país. Hagamos un vuelo rasante sobre este asombroso capítulo de nuestro anecdotario nacional.

En el año del Ulises y la URSS

Estaba terminando 1922. Lo que hoy se conoce como Cabimas era una localidad rural que estaba dividida en tres caseríos: Ambrosio, Cabimas (Punta Icotea) y la Rosa. En total eran unas 5 mil almas que vivían de la pesca y la madera y respondían administrativamente al Distrito Bolívar del estado Zulia.

No existía el puente sobre el lago y prácticamente no había vehículos automotores, así que Maracaibo no era más que una lejana quimera y Caracas ni se diga. Aún la gente se bañaba sin recelo en las aguas del Lago de Maracaibo. Esto último era una costumbre que estaba a punto de cambiar drásticamente.

La Venezuela petrolera apenas comenzaba a forjarse. Habían pasado ocho años desde el descubrimiento del pozo Zumaque I, no muy lejos de allí, y toda la Costa Oriental del Lago empezaba a ser invadida por caza recompensas del oro negro. Era una babel tropical donde los locales comenzaban acostumbrarse a la compañía de forasteros gringos, ingleses, curazoleños y trinitarios que perseguían el dorado tras el excremento del diablo y a quienes en afán de fortuna les hacía soportar estoicamente el intenso calor de la zona.

De hecho, donde esa madrugada explotó el Barroso II había un campo ya ocupado por la Venezuelan Oil Consessions (VOC) que había perforado sin gran éxito otros tres pozos en las inmediaciones. La empresa tenía en mano estudios geológicos que aseguraban que en algún punto de ese terreno había un botín por descubrir. Sus esperanzas estaban puestas en este, que también llamaban R-4.

Venezuela estaba en plena dictadura de Juan Vicente Gómez, de hecho, se acaba de promulgar una nueva constitución que ampliaba los poderes del caudillo. Amainaba la pandemia de la gripe española y al mismo tiempo el mundo se recuperaba de los estragos de la Primera Guerra Mundial; aunque nadie sabía que en Alemania un desconocido llamado Aldolf Hitler ya medraba dentro del Partido Nazi y en unos meses comenzaría a escribir Mi lucha.

También fue el año de la publicación del Ulises de James Joyce y faltaban unos días para el nacimiento de la URSS, el 30 de diciembre, bajo el liderazgo de Vladímir Ilich Lenin.

Tres años antes había muerto José Gregorio Hernández y ese mes de agosto, en la capital, habían lanzado su primera bola los Royal Criollos, equipo antecesor de los Leones del Caracas.

Así estaban Venezuela y el mundo en la madrugada del reventón.

Un volcán sin el volcán

El gruñido del suelo que pedía desahogo se escuchaba desde el día antes. Todos quienes estaban en la zona escucharon el rumor y en la madrugada cuando ocurrió la explosión todo cobró sentido. Era como un volcán, pero sin el volcán. Así se ve en las numerosas fotografías que hay del espectáculo.

El chorro de petróleo creció hasta tener la altura de un edificio. Los cronistas no se ponen de acuerdo al hablar de a cuánto ascendía exactamente, pero los más atrevidos dicen que eran entre 45 y 60 metros de altura, que, para tener una idea, es más o menos lo que miden el monumento a la Virgen de la Paz en el estado Trujillo o el Panteón Nacional, en Caracas.

Todo Cabimas y sus alrededores quedaron parcialmente en sombra durante los nueve días que duró la efusión. Petróleo, polvo, tierra, piedra, cal y todo tipo de partículas provenientes del subsuelo estuvieron cayendo como lluvia negra sobre el terreno, marcándolo todo.

Durante más de una semana nadie podía salir de casa (los que no fueron evacuados) si no quería regresar manchado de esta lluvia que no escampaba y que lo ensuciaba todo. Como precaución, se prohibió el uso de fósforos. Realismo mágico en todo su esplendor.

Es curioso que el reventón fue muchas cosas por muy pocos días: una atracción de feria para los curiosos, una gran noticia para las petroleras, un desafío para los trabajadores, una advertencia para quienes pudieron anticipar lo que significaría y una tragedia para quienes aún le apostaban a la Venezuela agropecuaria.

En total, se calcula que fueron emanados 100 mil barriles de petróleo diarios, 900 mil en total, que la VOC no estuvo dispuesta a desperdiciar. La compañía trajo obreros de distintas partes del país y organizó una operación que duró seis meses, digna de otra película, para recoger todo lo posible del petróleo derramado y provechar hasta la última gota. No estaban allí solo para ver.

San Benito tuvo que meter la mano

Para parar la hemorragia de petróleo que ya se pensaba iba a llegar al día de Navidad, comisiones de todo nivel de la VOC viajaron a Maracaibo y a varias poblaciones donde estaban instalados otros campos de exploración para buscar equipamiento y tecnología. Ninguno de los equipos que acercaron funcionaba. El manantial era demasiado potente y cualquier acercamiento ponía en riesgo la vida del personal. Parecía que lo único que quedaba era esperar que el borbotón se extinguiera naturalmente.

Y de nuevo se hizo presente lo real maravilloso. El noveno día, un grupo de vasallos de San Benito fue a ver a George Brake, británico, superintendente de perforación de la VOC y responsable del pozo, para hacerle una solicitud muy particular: acercarse al R-4 acompañado de siete hombres más, sus tambores y un San Benito, para que el santo obrara el milagro de parar el derrame.

Parecía un chiste. Brake se negó, pero ante la insistencia de los devotos, el funcionario los dejó a su suerte diciéndoles que si se acercaban la compañía no respondería por las consecuencias. “Vamos por cuenta de San Benito”, contestó confiado el sabenitero, de apellido Arrieta.

Pues es el caso que los vasallos comenzaron su parranda a San Benito y conforme se fueron acercando al pozo, asombrosamente este fue menguando hasta cesar por completo la emanación. A simple vista, el santo africano había cumplido.

Para Brake, el derrame no se detuvo por obra divina, sino que se había tapado a sí mismo con residuos. Aun así, ofreció una fiesta pública a los sanbeniteros en Cabimas en agradecimiento por su intermediación.

Todo esto lo cuenta el curazoleño Samuel Smith, integrante de la cuadrilla e intérprete, que en 1978 dio su testimonio sobre lo ocurrido al escritor zuliano Juan Bautista May.

Testigo de excepción

Hubo un testigo de lujo en la explosión del Barroso II: el investigador y botánico suizo Henri Pittier, quien para esos días estaba de visita en la zona haciendo investigaciones sobre la flora de la cuenca del Lago de Maracaibo.

En su cuaderno de anotaciones habló extensamente sobre el Barroso II y también incluyó fotografías. Todo el informe aparece en su libro Exploraciones, botánicas y otras, en la cuenca de Maracaibo, publicado en 1923. Aquí un fragmento:

“Es increíble la potencia que puede alcanzar uno de osos ‘chorros’ de petróleo (gushers), como bien lo ilustra el que hizo erupción en el sondaje de La Rosita cerca de Cabimas, en la ribera occidental del Lago de Maracaibo, el día 18 de diciembre, 1922 (sic). El diámetro de la columna era de como 30cm., y su elevación pasó de 100m. Del primer golpe proyectó en lo alto el barreno y su aparejo, que pesan cerca de dos toneladas, llevándose la parte superior de la torre que lo soportaba. Como el pozo se hallaba en la inmediata proximidad de una pequeña cañada, se formó inmediatamente un río de petróleo que fue a caer al lago a poca distancia al sur de la Punta Icotea, formando en la superficie de aquel una capa que se extendió ulteriormente hasta Maracaibo. Yo vi el chorro el día 21 de diciembre, desde El Carmelo, en la margen opuesta del lago, de donde simulaba una pluma de avestruz puesta verticalmente, pero se pudo también contemplar desde los techos de Maracaibo, esto es, desde una distancia de no menos de 35km. Dícese que en los cuatro días (sic) que duró el fenómeno, se perdió una cantidad de petróleo superior a todo el que produjo anteriormente Venezuela y que en un día el chorro daba más de lo que exporta anualmente el principal concesionario, esto es, unos 115.000 barriles. La misma fuerza del chorro causó la obstrucción de su canal, que se cegó por sí solo.

En el día de mi visita, no se notaban sino unos borbotones entre los restos medio enterrados de la maquinaria, y toda la zona alrededor del pozo, en un radio de 1km., presentaba un aspecto desolador. El suelo, la vegetación, las casas, etc. estaban revestidos con una capa de aceite crudo mezclado con asfalto. Era como un luto general, acentuado por el callar de la naturaleza. Los pájaros habían muerto o desaparecido, y en los matorrales en donde jugaban hacía pocos días las iguanas y las lagartijas, reinaba un silencio sepulcral, turbado solamente por algunas cabras flacas que vagaban por allí, extrañadas de no encontrar hoja verde que ramonear. Grandes precauciones se habían tomado para alejar el peligro de una conflagración: a los visitantes se les quitaban los fósforos y todas las casas fueron desocupadas. entre el pozo y el lago, se habían construido perpendicularmente al río de petróleo largos diques para detener el líquido, formando así extensos estanques por medio de los cuales se salvó parte del aceite. Se me aseguró que los peces habían abandonado la parte inmediata del lago cubierta por aquel, pero en nuestra travesía noté la aparición momentánea de varios de ellos, saltando por encima del agua”.

La mujer que lo predijo todo

Otra de las historias extraordinarias que rodean al Barroso II es el de las predicciones de María Acosta. Para algunos era una loca, para otros una vidente, que vivió en Cabimas entre 1890 y 1912. No se sabía gran cosa de su origen y su personalidad era errática.

Cuentas las crónicas de esa época de María Acosta recorría las calles de los caseríos de la zona repitiendo esta letanía: “Vienen unos hombres altos, catires, nadie les entenderá, con botas grandes, que abrirán unos huecos en la tierra y un chorro botará”.

María caminaba siempre con un machete y hablaba con los pájaros. Cuando lavaba su ropa en el lago y venía flotar gotas de brea, decía que esa “agua negra” ensuciaría el suelo. “A mí no me van a ensuciar”; decía. ¿Habrá existido realmente?

El reventón como metáfora

Ocurrió el reventón, a corto plazo la historia de Venezuela cambió para siempre, y, por supuesto, la de Cabimas en lo inmediato.

Su población aumentó a pasos agigantados. En 1926 había crecido un 500 % y ya tenía 25 mil habitantes. Su fama como tierra de riqueza atrajo hasta al propio Carlos Gardel, que cantó en esa ciudad en 1935 invitado por las petroleras.

Hoy, donde ocurrió el reventón, hay una plaza más bien austera que le rinde homenaje al episodio.

Lo que dejó al país la fiebre extractivista es una historia harto conocida, pero esos 9 días de antesala aún hoy pueden entenderse como una gran metáfora de lo que nos esperaba: una caudalosa lluvia de petróleo que trajo gente, dinero, caos y muchos cambios.

La historia aún tiene la tarea de absolver, expiar o redimir el descubrimiento.

Con info de Agencias.