El hallazgo de una mujer momificada después de cinco años en un gran edificio de alquileres en A Coruña conmociona al vecindario. El escaso olor impide que salten las alarmas en muchos de estos casos.
A Rosario le murió la madre a finales de 2011 y enseguida esos vecinos del edificio con los que solo cruzaba un hola, un adiós, dejaron de verla. Nadie la echó demasiado de menos porque pasaba por la vida de puntillas y no se relacionaba más que con Jesusa, su progenitora. El lunes 3 a la una de la tarde, la Guardia Civil entró en su piso de alquiler, el 2ºC, y se encontró el cuerpo momificado tendido en el suelo, entre el pasillo y la cocina. Por la correspondencia acumulada en el buzón y la conserjería los agentes calcularon que llevaba muerta «al menos cuatro años». Pero Emilia, la vecina del 3ºD que el día del hallazgo había presentado una denuncia por su desaparición está segura de que Rosario murió hace cinco, a principios de 2012, tras los pasos de su madre. Jamás olió en el descansillo escasamente ventilado de este gran edificio dormitorio del municipio de Culleredo, a las afueras de A Coruña.
Y el casero tampoco se enteró porque no era un ser humano, sino una gran empresa. Según fuentes relacionadas con el caso, Rosario, que a veces hacía sustituciones en la Xunta pero no tenía trabajo fijo, siguió pagando sin falta de la cuenta de su madre la renta mensual, unos 400 euros, hasta hace tan solo un par de meses. Este dato no ha sido confirmado a El PAÍS por la compañía arrendadora, que prefiere guardar silencio. Cuando llegó la Guardia Civil, a la difunta ya le habían cortado el agua y la luz por impago, pero en el gigante inmobiliario Testa, desde principios de año firma propietaria de este inmueble dedicado al alquiler, no habían saltado las alarmas. Rosario habitaba en el olvido, y su muerte convivió sigilosamente durante un lustro con los cerca de 130 inquilinos. Esta historia de cuerpos que se secan en un mundo que les hace vacío, sin que ni siquiera el penetrante olor a carne podrida que lo impregna todo pueda llegar en estos casos a delatar su presencia, se repite varias veces cada año en España.
Entre otros, en 2016 una mujer que iba a ser desahuciada fue hallada en estado de momificación natural en el chalé que ocupaba en Llíria (Valencia). Algunos de los animales que cuidaba también aparecieron muertos cuando el juzgado autorizó que la echaran por morosa. En 2015 en Requena (también en Valencia), un padre que vivía distanciado de sus hijos, un hombre y una mujer, se topó sus dos cadáveres momificados cuando al fin se decidió a ir a visitarlos al adosado de la urbanización en la que residían. Llevaban unos nueve meses fallecidos. En 2014, en Palma, unos niños que estaban jugando descubrieron el cuerpo reseco de un hombre en una casa abandonada junto a la Audiencia Provincial.
Entre finales de 2012 y principios de 2013, en Madrid se dieron varios sucesos seguidos. Un hombre condenado por violación que salía de la cárcel después de dos años se dirigió al piso que antes compartía con su esposa, en Ciempozuelos, y halló su cuerpo momificado en la cama. En este caso, los vecinos se habían quejado del olor, pero nunca nadie había llegado a entrar en la vivienda. En el barrio del Pilar, apareció el cadáver desecado de otra señora cuando se produjo una fuga de agua y en el inmueble llamaron a un fontanero para encontrar la avería. Un mes después, fue descubierto en su piso de la calle San Ildefonso el cuerpo momificado del discreto señor Luis, un jubilado de 73 años que vivía solo.
El número de españoles que viven sin compañía no para de crecer. Según el Instituto Nacional de Estadística hay ya 4,63 millones de hogares unipersonales en nuestro país, 54.100 más que el anterior. Son el 25,2 %, o una de cada cuatro viviendas. De estas 4.638.300 personas que viven solas (un 10,1 % de la población), el 41,7 % son mayores de 65 años y de estas, un 70,7% son mujeres, la mayoría viudas y casi un 40% de más de 85 años. Esa realidad da la vuelta en el caso de los menores de 65: el 59% son hombres.
María del Rosario Otero Vieites, la vecina de Culleredo, que conservaba primas carnales con las que no se trataba en un municipio situado a unos 40 kilómetros de distancia, era mucho más joven. Hoy, de seguir viviendo, tendría 56 años, y la edad a la que falleció solo se sabrá cuando haya conclusiones definitivas del Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga). Según el informe preliminar de la autopsia y a falta de algunas pruebas sobre muestras de tejido que están pendientes de resultado, falleció de muerte natural. Por tanto, nada que ver con el caso del cadáver hallado en la localidad lucense de Sarria en 2015. El hombre apareció encerrado en un armario junto a una bombona y su correspondiente goma. Era un vecino que «viajaba mucho», con un hermano ingresado en un centro para discapacitados y su madre ya difunta. Llevaba momificado desde 2007 y nadie había sospechado. En el barrio creían que se había ido a vivir a Madrid, y no se supo la verdad hasta que la casa dio serias muestras de abandono y hubo que entrar a limpiarla. Era una ironía que todo esto sucediese en la rúa Porvir, que en gallego significa «porvenir».
Hace un año, una magistrada de Vigo que estaba de guardia expresó su preocupación al detectar 15 muertes en solitario en algo más de una semana. En la mayoría de los casos, la muerte se hace sentir enseguida por el vecindario; pero el proceso de momificación, frente al de putrefacción, hace que las personas puedan llegar a no enterarse. Según el antropólogo forense del Imelga Fernando Serrulla, que actualmente trabaja en Malvinas en la identificación de 123 cuerpos de soldados en el cementerio de Darwin, un proyecto impulsado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, la momificación natural «suele oler, pero menos, y si el cadáver está en una habitación cerrada es raro que huela». Dependiendo de las condiciones ambientales y del propio cuerpo, este proceso de desecación dura entre un mes y un año. Al acabar, el cuerpo es quebradizo y apenas pesa porque no le queda agua.
Esta evolución «se produce en ambiente seco», explica el forense. «Lo más importante es la rapidez con la que tiene lugar esa deshidratación, que impide que se inicie la putrefacción, aunque la constitución de la persona y la causa de la muerte también influyen». Los cuerpos que se momifican, según Serrulla, «suelen ser de personas delgadas», con poca grasa corporal, por lo que en algunos ancianos y en los niños es un hecho más fácil. «En las personas obesas, la grasa se pudre antes de llegar a deshidratarse», dice, pero en las delgadas, «si además están deshidratadas, como ocurre con los ancianos muchas veces», la momificación total o parcial es muy frecuente.
«Las causas de la muerte que producen deshidratación, como diarreas, hemorragias o golpes de calor, causan momificaciones». Según el forense, si se suman todas las circunstancias citadas, «un anciano poco o malnutrido, delgado, que muere por diarrea en verano en un ambiente sin humedad», la norma suele ser que el cuerpo se seque.
LOS CRISTALES ENNEGRECIDOS, EL COCHE APARCADO Y EL BUZÓN LLENO
S. R. P.
La falta de aireación, el hecho de que el fallecido no se haya dejado las ventanas abiertas, por las que, recuerda el forense Serrulla, entrarían infinidad de «moscas que acelerarían la putrefacción», también contribuye a la momificación. La Guardia Civil abrió la ventana de la cocina de Rosario después de tantos años. Esos cristales que desde la calle también decían a gritos que ahí pasaba algo. «Cuando estaban vivas ella y su madre», cuenta la vecina que denunció su ausencia, «se veía todo impecable». Ahora, los ventanales del 2ºC están ennegrecidos por el trasiego de la carretera nacional que pasa por delante. Emilia quiso hace ya un par de años avisar a la Guardia Civil, pero no lo hizo porque ella misma cayó enferma y tuvo que aguardar a tiempos mejores.
El domingo 2 al anochecher, mientras paseaba a sus dos perras y coincidía con algunos vecinos en el jardín de esta urbanización en la que no muchos se conocen salió el tema. El Peugeot 206 cubierto de polvo e inmóvil en la plaza 104. El buzón a reventar que el conserje empezó a vaciar de vez en cuando después de que Emilia advirtiese a la antigua gestoría de que algo raro ocurría con la callada vecina del segundo. Había gente que no sabía que el coche tenía la misma dueña que el buzón y las persianas entornadas tras los cristales sucios. A la mañana siguiente, la vecina fue al cuartel, y a las dos horas un cerrajero abrió paso a la Guardia Civil. Un escalofrío atravesó el enorme edificio de ladrillo, lleno de desconocidos, de la N-550. «Es muy triste y muy inhumano», lamenta Emilia. A los tres días, el Ayuntamiento incineró por su cuenta los restos. Nadie había ido al juzgado a reclamarlos.
NOTIZULIA / El País