Nicolás Maduro sustituyó al político latinoamericano más carismático del siglo XXI. Durante su gobierno se gestó la peor crisis económica de la historia reciente de Venezuela. Y a pesar de todo, sobrevive.
Con sus principales rivales fuera del tablero político, inhabilitados o presos, y con una parte de la oposición llamando a la abstención porque no confía en el proceso, Maduro se propone el domingo ser reelegido como presidente de Venezuela tras los cinco intensos años del primer mandato.
El apoyo del núcleo duro del chavismo, que lleva casi 20 años en el poder, podría ser suficiente para el triunfo a pesar del descontento y de las protestas que ha enfrentado.
Son al menos esos 4 o 5 millones de personas que se espera que voten por él para que resuelva los problemas de hiperinflación, escasez de alimentos y medicinas, inseguridad, corrupción…
Pero Maduro quiere incluso más: llegar a los 10 millones de votantes, algo que nunca alcanzó su maestro, Hugo Chávez .
¿Será posible? Y si sucede, ¿serán fiables los números de un Consejo Nacional Electoral al que la oposición acusa de actuar al dictado del Ejecutivo?
El presidente afirma que quiere iniciar el lunes una nueva etapa . Si gana, sería la consolidación del madurismo, que se gesta conforme el «hijo de Chávez», como se define él, se va separando de su padre político.
Si ocurre, será el cénit político de un conductor de autobús y sindicalista que en paralelo al desmoronamiento económico de Venezuela y al conflicto político y social ha mostrado astucia para su supervivencia como líder de la llamada revolución bolivariana.
BBC Mundo intentó a través del ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez, contar con la visión y opinión de Maduro y de otros miembros del oficialismo para este artículo, pero no obtuvo respuesta.
¿Cómo llegó Maduro hasta aquí?
Reconstruimos la trayectoria política del polémico presidente a partir de una fecha clave: el 8 de diciembre de 2012 .
El elegido
Ese día, el mundo vio por última vez a Chávez, que iba y venía de La Habana a Caracas para tratarse un cáncer.
Tras meses de incertidumbre y ausencias, Chávez nombró a su sucesor en televisión.
«Si algo ocurriera que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir como manda la Constitución el periodo, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario que obligaría a convocar a elecciones presidenciales ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela».
El entonces vicepresidente Maduro, sentado a su izquierda, mostraba un gesto entre el temor y la preocupación. Chávez lo elegía. Y lo hacía porque el líder ya no sería más presidente. En marzo de 2013 fue Maduro el que anunció la muerte del comandante.
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Chávez elogió a Maduro, al que conoció cuando estaba en la cárcel de Yare, donde cumplió dos años de condena tras el fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992.
En sus visitas a la prisión el actual presidente también se encontró con Cilia Flores, que ejercía como una de las abogadas del comandante. Ahora es su esposa, la «primera combatiente», una figura silente a la que muchos atribuyen una gran influencia en el gobierno.
«Es un revolucionario a carta cabal, de gran experiencia a pesar de su juventud, gran dedicación al trabajo, gran capacidad para la conducción de grupos», dijo aquel 8 de diciembre de 2012 Chávez, que también alabó el «don de gentes» de su sucesor.
Era un hombre de confianza que había sido presidente del Parlamento, canciller y vicepresidente.
«Un operador político particularmente eficaz», me dice un exfuncionario del gobierno que trabajó de cerca con Maduro y que pide hablar bajo condición de anonimato.
A algunos sorprendió el nombramiento de Maduro como sucesor por delante del militar Diosdado Cabello -sentado a la derecha de Chávez en la última alocución televisiva- y del poderoso presidente de la estatal PDVSA Rafael Ramírez.
No para los que vieron el progresivo ascenso de Maduro y sus constantes viajes a La Habana a reunirse con el convaleciente Chávez.
«Maduro pasó más tiempo en Cuba que cualquier otro líder del chavismo. Tenía acceso directo y permanente», afirma el exfuncionario, buen conocedor de los entresijos de ese momento clave.
Chávez vio en él al civil que debía continuar la revolución bolivariana. Un hombre pragmático, no un radical. Con capacidad de negociación y de cumplir tanto en un mitin político en la calle con ropa informal como en los despachos vestido de traje y corbata.
Quienes lo conocen de cerca lo definen además como una persona agradable, bonachona, de personalidad fácil.
«Se le tiende a subestimar porque no estudió ni tiene un recorrido intelectual. Se tiende a pensar que es un bruto», dice el exfuncionario.
Sus rivales de la oposición lo llaman «Maburro», algo que el mismo presidente alimenta.
Usa el menosprecio de algunos como arma para presentarse como el presidente «del pueblo», alejado de las élites económicas y sociales.
«Tiene una inteligencia práctica. Tenía capacidad de absorber información y de decidir», recuerda la fuente.
El canciller
A diferencia de Cabello, Maduro era en 2012 una figura menos polarizadora. Y Chávez tenía las mejores credenciales de él tras nombrarlo jefe de la política exterior en 2006 pese a no ser diplomático ni hablar idiomas.
“Fue el gran canciller de Chávez «, afirma el exfuncionario. En esos años, Chávez y Maduro formaron una exitosa pareja de trabajo para los intereses de su gobierno.
Con el carisma del comandante y el dinero del petróleo, Venezuela amplió su área de influencia y confrontó directamente a los Estados Unidos, ayudado por un giro a la izquierda en el subcontinente.
La política exterior venezolana se expande entonces. Se suman nuevos miembros al ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). La Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas) y la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) se inclinan del lado de Venezuela, que entra a formar parte del Mercosur (Mercado Común del Sur).
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A diferencia de lo que ocurre ahora, la gran mayoría de países de la OEA (Organización de Estados Americanos) también respaldaba a Venezuela.
En la Asamblea General de la OEA 2009 en Honduras se revocó la decisión de 1962 de excluir a Cuba del sistema interamericano, lo que significó una dura y poco habitual derrota para Estados Unidos.
El presidente
Maduro dio la noticia de la muerte del comandante el 5 de marzo de 2013. Lideró el funeral y las jornadas de duelo. Y sin apenas tiempo, se embarcó en la campaña para la elección de abril, en la que se impuso por un estrecho margen a Henrique Capriles .
Muchos cantaron fraude, pero Maduro se instaló en el palacio de Miraflores.
Su tarea era hercúlea: no sólo intentar suplir el carisma y la devoción de Chávez, sino afrontar un panorama económico muy diferente y que el propio comandante ya había atisbado.
En el interior del gobierno de Chávez se empezaron a pensar propuestas macroeconómicas en un momento en el que los precios del petróleo iniciaban la desaceleración.
Al morir el comandante, la tarea de aplicar reformas, como la del sistema cambiario, un problema aún vigente hoy en día, quedó eventualmente en manos de Maduro.
Pero el excanciller, con un liderazgo mucho más débil que Chávez y en el centro de varias facciones, no fue el reformista que promete ser si gana este domingo la reelección.
En 2014 llegó el desplome de los precios del petróleo , detonante de la actual crisis económica.
«Y la decisión del gobierno fue no hacer nada. Hubo ausencia de reactividad ante un shock violento. No se tomó ninguna decisión de orden macroeconómico», critica el exfuncionario.
Durante su mandato, Maduro dejó importantes tareas de gestión a los altos mandos del Ejército, a los que encomendó la importación de alimentos y productos básicos y hasta la dirección de la petrolera PDVSA , casi la única fuente de ingresos del país y cuya producción está en su peor nivel de los últimos 30 años, según los datos de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo).
La influencia de los uniformados no evitó, sin embargo, cierto descontento en los cuarteles, conspiraciones, ruido de sables y detenciones.
La «guerra»
Pero no sólo lo económico empezó a torcerse, sino también lo político. Tras el triunfo del chavismo en las municipales de finales de 2013 se esperaba que 2014 fuera finalmente el año de ver la gestión de Maduro.
Líderes de oposición radicales comandados por Leopoldo López , quizás el mayor antagonista de Maduro por carácter, formación, ideología y hasta aspecto físico, quisieron probar su fortaleza como presidente.
Convocaron a protestas en las calles que durante varios meses dejaron unos 40 muertos y que provocaron el discutido encarcelamiento de López por supuesto enaltecimiento de la violencia. El político cumple ahora condena en arresto domiciliario.
«Eso descalabró el quinquenio de Maduro», analiza el exfuncionario, que asegura que a partir de ahí la polarización se convirtió de nuevo en el epicentro del debate.
«A partir de ahí ha hecho del conflicto una razón de ser. Ha tenido una oposición tan obtusa que le ha ayudado a polarizar el escenario», afirma la fuente sobre la relación del presidente con sus rivales, muy similar también a la de los tiempos de Chávez.
La derrota
En 2015 el chavismo sufrió el golpe más duro en casi 20 años con la severa derrota en las parlamentarias que derivó en la posterior anulación en la práctica del Parlamento.
Parte de la oposición lo vio como la señal de la inminente caída de Maduro. Se equivocó.
El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) emitió en marzo de 2017 dos sentencias que le arrebataban poderes al Legislativo.
Fueron el detonante de cuatro meses de protestas callejeras que dejaron unos 120 muertos y que, a diferencia de 2014, tenían no sólo un componente político, sino también económico por la aguda crisis de inflación y desabastecimiento.
La oposición denunció la dura represión policial, mientras que el oficialismo acusaba terrorismo para desestabilizar al gobierno y propiciar un golpe de Estado.
Maduro justificó tanto la crisis como las protestas con la «guerra» impuesta desde el exterior por Estados Unidos y la «oligarquía», discurso que caló entre sus simpatizantes.
Y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su política de sanciones y beligerancia sirvieron para reforzar la idea de agresión externa y desempolvar el enemigo clásico del «imperialismo”.
La instalación de la Asamblea Nacional Constituyente , completamente oficialista, marcó el fin de las protestas. En ese clima ya favorable, el Consejo Nacional Electoral (CNE), que había frenado en 2016 el revocatorio a Maduro, programó las elecciones regionales, que estaban aplazadas.
La oposición denunció fraude tras el holgado triunfo chavista y ya no acudió a las municipales de diciembre de 2017.
Buena parte de esa oposición tampoco considera justos los comicios del domingo y llama a no votar.
El sobreviviente
Maduro no sólo se ha enfrentado a los rivales habituales. El exministro del Interior Miguel Rodríguez Torres, la exfiscal Luisa Ortega y el que fuera zar del petróleo Rafael Ramírez fueron los pesos pesados del chavismo que le dieron la espalda.
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El primero está detenido y los otros dos hacen sus denuncias desde el exilio, perseguidos ambos por supuestos delitos de corrupción que afloraron sólo tras su disidencia.
«Maduro es hábil en la maniobra para dividir a la oposición, para sobrevivir, para ser candidato presidencial», dice el exfuncionario, que opina que el control férreo del presidente ha evitado más diferencias internas públicas.
«El costo de romper filas es muy alto», añade.
«Y seguramente va a ganar el domingo. En eso es muy astuto», agrega sobre el presidente.
La oposición lo tilda de autoritario y hasta de «dictador». Maduro replica presumiendo de la democracia venezolana e incluso bromea con su parecido físico con Josef Stalin.
«Lo que ha hecho desde que asumió es quitar de su camino a todos los que lo adversan», dice a BBC Mundo el analista estadounidense David Smilde, profesor de Sociología que ha vivido o trabajado en Venezuela desde 1992.
¿El reformista?
Nada ha detenido de momento a Maduro.
«Ha enfrentado una cantidad de situaciones por las que cualquier otro líder habría renunciado», asegura Smilde, que destaca la formación marxista de Maduro en Cuba y su lealtad a la consigna revolucionaria de «un paso atrás, dos pasos adelante”.
El presidente, de 55 años, está dispuesto a continuar.
«Tiene metido en la cabeza que Chávez le dejó la revolución y él tiene que seguir la revolución a muerte», agrega Smilde, responsable de un blog sobre política en Venezuela en el centro de estudios estadounidense WOLA (The Washington Office on Latin America).
«Entregar la revolución sería como entregar a Chávez», dice sobre la responsabilidad que puso el comandante sobre el fornido Maduro.
Descabezada la disidencia interna ya la oposición, Maduro busca el domingo prolongar seis años más su mandato.
«Vamos a hacer todos los cambios económicos que necesita Venezuela», prometió el martes en un mitin en Charallave, a una hora de Caracas, sin explicar por qué no lo hizo en los cinco años previos.
«Ya no soy aquel novato, ahora soy un presidente maduro de verdad», gritó con su potente voz comparándose con la campaña de 2013.
Ahora ya no recurre tanto a la figura de Chávez, aunque sus siluetas comparten afiches con la leyenda «Juntos Todo es Posible». En los actos se le ha podido ver con una estrafalaria camisa en la que aparece la cara del comandante.
Pero Maduro ya traza su propio camino. Lanzó su propio partido, Somos Venezuela, como Chávez hizo con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en 2007.
«Es una nueva fase, igual de revolucionaria o de repente más», elucubra Smilde sobre el llamado madurismo.
«Yo creo que en realidad ahora vamos a conocer al verdadero Maduro por eso hay que darle otra oportunidad», me dijo Mirla González, una simpatizante, en el acto de campaña en Charallave.
Aunque gane, le espera otro mandato difícil.
Además de mantener a raya a la oposición y evitar nuevas disidencias, tendría que afrontar la crisis económica y seguramente nuevas sanciones de Estados Unidos, la Unión Europa e incluso de los países vecinos agrupados en el llamado Grupo de Lima.
En un momento además en el que la petrolera estadounidense Conoco Phillips busca embargar activos de la estatal PDVSA para saldar su deuda, camino que podrían seguir otros acreedores.
«Sabe cómo ganar batallas», le reconoce Smilde al presidente Maduro. Si vence el domingo, es muy posible que enfrente muchas más.
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