En segundos, 60 proyectiles hicieron estragos en el área de Pediatría del Hospital Universitario de Maracaibo. Wilson Campos, Édgar Tejeras y dos sicarios -aún sin identificar- cumplían una orden del «Canaguaro», demostrarle a la familia Martínez quién mandaba y que debían pagarle vacuna. Las balas no fueron selectivas, no solo mataron a sus dos víctimas, hirieron a una médica, a un vigilante y a una mujer y a su hijita, y destruyeron el área de consulta y triaje.
Los homicidas rondaban el centro de salud desde temprano. Estaban dateados, sabían que de un momento a otro sus víctimas llegarían para visitar a un niño. Adolfo Martínez, conocido por sus amigos como «Adolfito» y tío del paciente; y Rafael Paz estacionaron su Chevrolet Cruze, blanco, placa AA271TV, a un costado de la entrada y se bajaron con una caja grande de huevos, con al menos un millón de bolívares en efectivo en su interior, comentó un conocido.
A los pescadores, oriundos de Los Puertos de Altagracia del municipio Miranda, los siguieron hasta el pasillo. Sin temor, los sicarios sacaron sus armas, unos testigos comentaron que tenían selectores infrarrojos y silenciadores, y dispararon. Hubo confusión, gritos, llanto y cristales rotos por todo el área.
Las víctimas
Cuando cesaron las detonaciones quedaron los cadáveres de los visitantes; una niña lloraba cubierta de vidrios; su madre intentaba consolarla, mientras evitaba pensar el dolor que le acusaba la herida de bala en su pierna. Los médicos corrieron a auxiliarlos y se toparon con Katherine Sandrea, residente de Pediatría, con una herida de bala en el abdomen, otra en una pierna y otra en el brazo izquierdo. En la entrada yacía herido uno de los vigilantes, explicó un trabajador.
En un primer momento se pensó que los seguían para robarles el dinero. Pero los sicarios regresaron a su Aveo gris y huyeron. Un pariente de las víctimas ágilmente recuperó la caja y la guardó. No les robaron nada, aseguró un funcionario.
Los efectivos motorizados de la Policía regional iniciaron el rastreo de los sospechosos. Los interceptaron cuando estos chocaron contra un Dodge Neón, marrón, y contra un poste en la avenida 17 con calle 70, sector El Paraíso.
Campos y sus compinches se dividieron. Los oficiales los siguieron hasta las inmediaciones del liceo Baralt. A dos los encontraron en una zona enmontada cerca de la cancha y a otros en una de las adyacencias. En la balacera, los delincuentes hirieron a uno de los funcionarios, detalló, en una nota de prensa, la Secretaría de Seguridad.
Durante el careo se incautaron dos pistolas, marca Glock, modelo 17 con selectores automáticos, un Tanfoglio, modelo Force, y un revólver calibre 38 milímetros. Además que una de las pistolas se encontraba solicitada por robo en el municipio Cabimas.
Unas nueve horas permanecieron las comisiones de los diferentes cuerpos de seguridad en el centro de salud. Poco a poco, se dispersaron los curiosos, calmaron a los pacientes, se recogieron los casquillos de los pasillos y limpiaron la sangre de las víctimas del piso. El miedo se transformó en la duda de cuándo reaparecerían otros sicarios en las instalaciones para duplicar el número de inocentes muertos o heridos.
Cacería despiadada
A los Martínez los describieron como una familia honorable, trabajadora y luchadora. «Se ganan la vida de lo que pescan y han surgido por su trabajo».
Quienes los conocen comentaron que desde hace meses amenazaron de muerte al dueño de la camaronera. Se negaba a pagar vacuna y los extorsionadores, identificándose como miembros de la banda del «Canaguaro», juraron matarlos por negarse a cancelar. Por seguridad, el hermano de «Adolfito» no salía del municipio.
Se presume que alguien de su entorno le comentó a los extorsionadores sus deseos de visitar ayer a su hijo. Por precaución se quedó y envió a su hermano, quien usualmente viajaba a Maracaibo para retirar del banco el pago de los trabajadores de la camaronera. «Lo confundieron y lo mataron. Ellos se parecen mucho».
NOTIZULIA / La Verdad