A veces nos reímos cuando un adulto o adulto mayor expresa algo así como: “La juventud está perdida (…) La sociedad está perdida”, pero cuando ocurren eventos tan reprochables, indignantes e inimaginables como lo que le ocurrió a ese pedacito de vida, que apenas alcanzó sus dos dígitos de existencia fue víctima de la mayor crueldad posible, la frase salta a la vista como una bofetada ante la risa. Yisleidy Carolina González, 10 años de edad, captada –en su soledad- raptada, drogada, violada, asesinada, lanzada a un basurero y quemada ¡Por el amor de Dios! Que alguien se atreva a decir si no es éste el verdadero fin del mundo.
Su cuerpecito inocente deambulaba a deshoras en las calles de Integración Comunal o “Criminal” como lo bautizó la gente por la alta peligrosidad que registra el sector, pero desde el día 29 de mayo, no fue vista más ¿Por qué?, es decir, ¿Por qué una chiquita de diez años tiene que deambular, andar solita, realenga en la calle, expuesta a todo tipo de peligros, y sus padres, sus familiares?
El 30 de mayo, en horas de la mañana, en la avenida 23 con calle 139 de la Zona Industrial de Maracaibo, el hallazgo se convirtió en horror y destapó la cloaca más grande de los últimos tiempos en cuanto a eventos criminales en la ciudad. En pañales quedó el caso de María Gracia Reyes Sanjuan, raptada y secuestrada, violada, asesinada y enterrada en el jardín de una casa por un par de engendros, que por justicia terrenal están ya en el infierno.
Le decían “La Boli”, no era gordita, todo lo contrario, tenía carita de ángel y era delgadita, pequeñita, indigna de ser maltratada y mucho menos de alborotar las hormonas morbosas y macabras de sus verdugos.
Era la mayor de SEIS hermanos. ¡SEIS! Cinco de ellos varones y todos sumergidos en estado de abandono y miseria. La progenitora de este sexteto, incluyendo a la víctima; Yesibelth González, creció en las mismas circunstancias, un eslabón más de una cadena de miseria cuyo responsable, bien podría ser el propio Estado. Ella, la madre, solo transmitió a sus hijos lo que ella recibió de la vida, bofetadas, patadas, maltrato.
La signan de responsable “indirecta” de lo que le ocurrió a su pequeña Yisleidy. Vecinos y testigos revelaron que era “mala” con sus hijos, que los echaba a la calle, que no los atendía y es que en tales condiciones sobreviven los que aún respiran. La pequeña Yisleidy ya dejó de existir víctima de tal abandono.
Parientes indignados revelaron que Yesibelth evidenció su maldad un día en el cual se atrevió a lanzarle un cuchillo a su hija Yisleidy enterrándoselo en el pecho, hecho que –según este relato de sus parientes- ocurrió el año pasado.
La máxima miseria humana
La perra, la tigresa, la leona, el águila hembra, la madre cocodrilo, la madre serpiente, defiende con garras, dientes y veneno a sus vástagos, eso está científicamente comprobado, pero Yeisbelth, callada, con la procesión y tal vez la culpa por dentro, carcomiéndole sus entrañas, esas mismas que dieron vida a Yisleidy jamás la defendió ni a ella ni a sus otros pequeños.
Esa fatídica mañana del hallazgo mortal, mientras ella callaba y su mirada se dibujaba perdida en lontananza, sus hermanas relataron parte de la triste historia de Yisleidy Carolina.
Algunos parientes de Yeisbelth manifestaron que el silencio de ésta no era por el dolor de la pérdida, sino por ausencia total de moral. Es lo más probable, aunque nadie puede sentir y padecer por otro.
Un mundo miserable, sombrío, triste, indigno de un ser humano, ese era el mundo donde se desenvolvía esta pequeña criatura. Una de sus tías, de nombre Yelani González, contó que Yisleidy “era vivaz, alegre y que cursaba el 4° grado”: Embustera y alcahueta, eso no era verdad.
Tal aseveración haría pensar que Yisleidy vivía como cualquier niñita de diez años, rodeada del amor de sus padres y de la candidez y la protección de un hogar, nada más lejos de la realidad.
Cuando los periodistas acudieron a la calle 128 del barrio Lilia Perozo, sector Integración Comunal, donde vivía Yisleidy con su abuelo materno, se evidenció la miseria humana: Con su mirada lánguida, derrochando sufrimiento, yacía sentado y desnudo sin ni siquiera unos harapos para evitar que el viento y el calor arañaran su diminuto y renegrido cuerpo, estaba un niñito de unos dos años de edad. Despeinado, sucio, como muerto en vida, ese es uno de los hermanitos menores de Yisleidy.
Era imposible no romper en llanto ante semejante cuadro de miseria e inhumanidad.
Ahí estaba el inocente, con su culito pelado sentado en la base de una cerca de bloques con el hambre en su rostro.
Los vecinos y algunos parientes de Yisleidy, calificaron a Yelani de “alcahueta, cortada con la misma tijera que la hermana, miserable, irresponsable, mala mujer (…)”.
“Llegó a estudiar alguna vez en el colegio del barrio Carmelo Urdaneta donde vivió un tiempo con su abuela, pero desafortunadamente, la abuelita murió hace dos años, mientras su madre (la de Yisleidy), sumergida en el alcohol y la mala vida fue a casa de su papá (el abuelo materno de Yisleidy) y ahí se la dejó”.
Realenga
Los relatantes aseguran que cuando Yisleidy llegó al barrio Lilia Perozo “jamás pisó un colegio”. Un vecino asegura que “ni su madre, ni su abuelo le prestaban atención y ella, pues, niña al fin, se dedicó a dar rienda suelta a sus inquietudes, sin orientación, sola, realenga”.
“La mayor parte del tiempo –prosigue el vecino- se la mantenía en la calle, sucita, pobrecita, con hambre, pero hacía lo que una niñita de su edad, jugar, solo eso, jugar, sus risas se escuchaban por toda la cuadra, sus travesuras eran las de una niña de diez años, jugar, solo eso, jugar”.
Lo hacía en casa de sus primitos, o sus vecinitos de su edad sin límite de tiempo, sin horario ni fecha en el calendario, realenga, así vivía.
El portal Noticia al Día publicó una declaración del cuñado de la madre de Yisleidy: “Esa mujer se mantenía tomando aguardiente. Desde el domingo se perdía y no veía de sus hijos. Estaba en un bar llamado ‘Las Latas’ en el centro de Maracaibo y allí recibió la mala noticia de la muerte de su hija, bien borracha estaba cuando le fueron a avisar”.
Cuentan familiares de Yisleidy que ella frecuentaba mucho la casa de una adolescente de 15 años conocida como “Yera”.
El pasado martes, la pequeña se enojó con su abuelo. De allí salió con una de sus primas a una escuela cercana. Luego su prima se quedó en la casa de su abuela y ella se fue para donde su amiga quinceañera.
Las pesquisas revelaron que Yisleidy permaneció dos días en casa de “Yera”.
Testigos contaron que ese día por la noche uno de sus tíos, apodado “El Negro” la vio por última vez frente a su frutería. Este le dijo que se fuera a su casa que ya eran como las nueve de la noche. Desde entonces no supieron más de ella hasta que el día del hallazgo.
Espantoso
El nivel de maldad ilimitado de estos engendros que la atacaron se evidenció en todo cuanto le hicieron. No conforme con haberla violado, asesinado y lanzado desde la camioneta al basurero, le prendieron candela, como para borrar su maltratada huella de este mundo. El harapiento vestidito gris y sus botas fucsia con naranja que llevaba cuando desapareció, el fuego al parecer se encargó de adherírselos a su cuerpo.
El resto de la historia ya es conocida. Autoridades policiales de la región se abocaron con especial interés en este caso por las características abominables del evento. La coordinación policial de la Dirección de Inteligencia y Estrategias Preventivas (DIEP) del Cuerpo de Policía Bolivariana del Estado Zulia (CPBEZ) y los detectives de la Unidad de Homicidios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) con especial seguimiento de la Secretaría de Gobierno del estado Zulia, a cargo de Lisandro Cabello, permitió el pronto esclarecimiento del caso.
No está precisado si son dos o cuatro los detenidos, pero hay detenidos implicados en el hecho. Son individuos que integraban una banda de abusadores infantiles financiada por Jouder Fuentes Chinchilla, propietario de la ferretería FerreFuentes, situada en la Circunvalación 3, un elemento enfermo, retorcido, demoníaco que tiene en su haber doce expedientes por homicidios y que quedó determinada su actoría intelectual y material a su vez de esta atrocidad. No aparece, pero la policía dará con él, tiene códigos rojos y la búsqueda es intensa, lo hallarán y vivo o muerto aparecerá, ojalá y vivo para que pague en la cárcel y a manos de reos, su monstruosidad.
¿Y la responsable moral?
Una pregunta para la cual parece no haber respuesta. Como todo caso criminal, una vez se cierra la investigación, todo el mundo vuelve a su rutina. Yeisbelth seguirá bebiendo y malviviendo sin ver por sus otros cinco hijos, que deambularán por las maltrechas calles de Integración Comunal con una mano estirada como mostrando el hambre y por las noches, el frío que corta los harapos de los pobres del mundo, arañarán sus cuerpos que quien sabe cómo y dónde conciliarán algo de sueño, con sus estómagos vacíos y temblando de temor.
Tal vez, algún pariente, conmovido en su fragilidad humana se conduela de estos pequeños y los salve de un destino como el de Yisleidy, una niñita inocente, con hermosa sonrisa y un pequeño mundo truncado por la miseria y la maldad. ¿Cuántas Yisleidys más existen en nuestra sociedad? ¿Cuántas Yeisbelth siguen pariendo y trayendo al mundo seres humanos para llevarlos a padecer hasta alcanzar una muerte así?
Un cantautor venezolano decía: “Es de noche, cuenta el limpiabotas cuanto ha hecho y cuenta el pregonero cuanto ha hecho (…) Es de noche y lamentablemente duerme el pueblo sin contar cuánto le han hecho… Es de noche, se mira el lucerito allá en el cielo, bajan del calabozo al prisionero, sino hay traición, seguro que habrá muertos… Es de noche y vuelven a pelear dos pesadillas; la del hombre que duerme mal comido y la del otro que piensa en lo obtenido y no puede ahorrarse su desvelo. Es de noche, desanda la historia a trote limpio, oigo que pasa relinchando algún caballo, no sé el color, pero en la oscuridad, lo que importa son los pasos (…) Y aunque el pueblo parezca aletargado, estoy seguro que conserva en la memoria, que una vez en algún sitio de la historia galopó por esta tierra ese caballo, y que hoy nos dice ¡Vamos! hay que empujar el sol, que ha estado detenido en mala hora, y que la vieja herida de nuestra tierra tendrá en nuestra piel la cicatriz de la mañana…Es de noche… ¿Habrá mañana?
NOTIZULIA / Ernesto Ríos Blanco