Cada 24 de junio, Venezuela se viste de rojo y blanco para rendir homenaje a San Juan Bautista, una de las festividades más vibrantes y arraigadas del calendario cultural del país. Más que una celebración religiosa, esta fecha representa un encuentro entre la espiritualidad, la música afrovenezolana y la identidad colectiva de comunidades enteras.
La devoción a San Juan, considerado el precursor de Jesucristo, se manifiesta con especial fuerza en estados como Aragua, Miranda, Vargas y Carabobo, donde los repiques de tambor marcan el ritmo de una tradición que trasciende generaciones. Desde la víspera del 23 de junio, los altares se adornan y se realiza el velorio del santo, acompañado de cantos, promesas y danzas que se extienden hasta el amanecer.
El día central inicia con una misa solemne, seguida de procesiones donde la imagen del santo recorre las calles entre cantos y ofrendas. El tambor mina, el cumaco y el sangueo resuenan como latidos de una fe que se expresa con el cuerpo y el alma. “San Juan todo lo tiene, San Juan todo lo da”, repiten los devotos, en una mezcla de súplica y gratitud.
La festividad de San Juan Bautista fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2021, que refleja el sincretismo entre las creencias cristianas y las raíces africanas que nutren la cultura venezolana. En cada golpe de tambor y en cada pañuelo agitado al viento, se honra no solo al santo, sino también a los ancestros que legaron esta expresión de resistencia, alegría y esperanza.
Hoy, San Juan Bautista no es solo una figura religiosa: es símbolo de unidad, de memoria viva y de una Venezuela que canta, baila y cree.